martes, 28 de mayo de 2013

UN ESTUDIO REVELA QUE LA EXPOSICIÓN A PLAGUICIDAS AUMENTA EL RIESGO DE PARKINSON





La revista de la Academia Americana de Neurología 'Neurology' ha publicado el resultado de una investigación llevada a cabo por la Fundación IRCCS del Hospital Universitario San Matteo, en Pavia y el Instituto de Parkinson-ICP en Milán (Italia). 

Los autores de la investigación, Emanuele Cereda y Gianni Pezzoli, han llegado a la conclusión que la exposición a los pesticidas, herbicidas y disolventes probablemente esté asociada con un mayor riesgo de desarrollar la enfermedad de Parkinson.

En la investigación se han analizado 104 estudios  de todo el mundo relacionados con la exposición a productos exterminadores de malas hierbas, hongos, roedores o insectos y disolventes y el riesgo de desarrollar la enfermedad de Parkinson. Asimismo se han incluido estudios que evaluaron la proximidad de la exposición a estos productos, como la vida del país, ocupación en el trabajo y el agua potable.

 La investigación ha descubierto que la exposición a productos para el control de plagas de insectos o malezas y disolventes incrementa el riesgo de desarrollar la enfermedad de Parkinson entre un 33 y un 80 por ciento. En estudios controlados, la exposición al herbicida Paraquat y los fungicidas Maneb y Mancozeb se asoció con dos veces el riesgo de desarrollar la enfermedad.

Aunque el estudio no ha analizado si el tipo de exposición (por inhalación o vía dérmica)  afecta al riesgo de padecer Parkinson, los autores  han señalado que el estudio sugiere que el riesgo aumenta de una manera dosis-respuesta además de con el aumento de la duración de la exposición a estos productos químicos.

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Foto: www.inforegion.pe

domingo, 5 de mayo de 2013


MÁS DE 600 MUERTOS EN EL DERRUMBE DE UN EDIFICIO EN BANGLADESH


(Foto: elmundo.es)

Doce días después de que se derrumbara en Bangladesh un inmueble donde funcionaban talleres de la industria textil, fuentes militares de ese país cifran en más de 620 las víctimas mortales. Desgraciadamente, me temo que esta cifra seguirá subiendo.
El edificio Rana Plaza, de ocho plantas y que acogía varios talleres textiles, un mercado y una sucursal de un banco, se vino abajo a primera hora de la mañana del 24 de abril población de Savar, a 24 kilómetros al noroeste de la capital de Bangladesh.
Casi 4000 obreros trabajaban en ese edificio en condiciones precarias. Según algunas fuentes de la investigación, la causa del derrumbe puede haber sido la sobrecarga provocada por el peso de  cuatro enormes grupos electrógenos colocados en los pisos superiores provocaron el colapso de la estructura.
Según esas fuentes,  la vibración producida por el funcionamiento de esos generadores, junto con la producida por miles de máquinas de coser, produjeron el derrumbe. Un ingeniero ya había avisado de la fragilidad del edificio.
Esta catástrofe es solo un ejemplo más de las deplorables condiciones en las que trabajan miles de obreros en un país que, con un 6% de tasa de crecimiento presume de ser uno de los milagros económicos del subcontinente indio.

Con jornadas de 54 horas de trabajo a la semana,  la mayoría de los trabajadores cobra el salario mínimo más bajo del planeta: 3.000 takas (algo menos de 30 euros) al mes. Como se ha podido demostrar, no existen medidas de seguridad adecuadas y muchas veces no se abonan las horas extra ni se conceden bajas por maternidad.
El salario lo fija el empresario en función de un cupo de prendas por hora, generalmente muy por encima de lo alcanzable. Esto obliga a los obreros a trabajar dos o tres horas más al día, pero sin cobrar.
Además, los códigos de conducta que imponen algunos clientes occidentales, hace que gran parte de la producción se subcontrate en talleres semiclandestinos en los que no hay controles de la Administración.
Esto hace que la producción entre en una cadena de subcontrataciones, con condiciones cada vez más precarias, en donde es frecuente encontrar niños de 12 años y menos.
El sector textil  de Bangladesh exporta casi 20.000 millones de euros al año y emplea a tres millones de personas en unas 4.500 fábricas. En su mayor parte esos productos se comercializan por empresas de Europa y EEUU que, aunque exigen de manera formal que se cumplan ciertos requisitos dentro de sus programas de responsabilidad social, en la práctica no evitan la precariedad en las condiciones de trabajo de las fábricas en las que se elaboran buena parte de los productos que comercializan.
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